Expresa su angustia porque su novela La Trampa y el Ángel se ha quedado asfixiada: los editores la consideran demasiado extensa y no la quieren.

Añade que le envía un tomo de versos de Federico Escobedo y un ejemplar de su libro En pro del casticismo. Respecto a Escobedo, se extrañan de que no haya recibido el diploma de correspondiente.

José Zorrilla no se considera merecedor de la medalla, expone que “El gobierno no debía premiar a los poetas, si no haciéndoles trabajar y ser útiles a su patria”. También informa que está trabajando en la refundición de los romanceros, que será ilustrada por Gustavo Doré, y pregunta a Pedro Antonio de Alarcón si conoce a algún editor que quiera participar en esta obra. Finalmente, pide disculpas por su silencio, debido a la pesadumbre que está pasando.

Le pregunta por el nuevo libro que prepara y le dice que ha estado a punto de pedir su jubilación de Wellesley College, que Claudio enseña en Princeton y Teresa y los Gilman siguen en Columbus. Añade que Clamor avanza y que ha enviado a Camilo Huerto de Melibea.

Le pide la referencia de la aparición del Cabrera en el ABC. Le adelanta confidencialmente sus obras preferidas de las presentadas al Aedos.