Entierro

Para la organización del entierro de José Zorrilla, los académicos comisionados, Antonio María Fabié y Manuel Tamayo y Baus, mantuvieron varias reuniones con el ministro de Fomento y el director de Instrucción Pública. Según el acta de 26 de enero de 1893, el ministro de Fomento se mostró «vivamente empeñado en contribuir a honrar la memoria de Zorrilla». Habló por teléfono con el presidente del Consejo de Ministros y ministro de la Guerra y «aseguró que acudirían al entierro todos (los ministros) que no estuviesen enfermos» y comisiones estatales civiles y militares. Continúa el acta:  «El gobierno y la Academia acordaron dar carácter de acontecimiento nacional al entierro del gran poeta». Acordaron también que el cadáver no se detendría hasta su llegada a la Sacramental de San Justo de Madrid.

Eduardo Vincenti, director general de Instrucción Pública, comunica por carta a Manuel Tamayo y Baus «que el gobierno invitará de la forma que acordaron, que concurrirán dos bandas militares y un piquete de la guardia civil y que el clero no podrá asistir en masa». Le pide después que procure que asista al entierro una numerosa representación de académicos de la Española.

La costumbre de designar a representantes de las instituciones relacionadas con el muerto como portadores de las cintas del féretro ha dejado trazas documentales en el archivo de la Academia. En muy poco tiempo se hicieron las gestiones necesarias para que actuasen como portadores representantes de la prensa, de los actores, de los escritores y artistas, un miembro del Ateneo de Madrid y un miembro de número de la Real Academia de la Historia.

Según la correspondencia que se conserva en el archivo de la Academia, fueron designados Alfredo Escobar, marqués de Valdeiglesias, en representación de los periódicos de Madrid; Antonio Vico, en representación de los actores; Julio de Vargas, en representación de la Asociación de Escritores y Artistas; Gumersindo de Azcárate, en representación del Ateneo de Madrid (según las crónicas de la época fue José Echegaray); y Marcelino Menéndez y Pelayo, en representación de la Real Academia de la Historia.

 

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Cintas fúnebres de los féretros de los académicos Salustiano Olózaga, Antonio de los Ríos Rosas, Ramón de Mesonero Romanos y el conde de Cheste, s. XIX.

También sabemos qué académicos pudieron asistir al entierro y que el duque de Rivas, que excusó su asistencia, envió a la Academia una corona de flores con el ruego de que se colocase sobre el féretro del poeta.

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Fue larga la lista de personalidades que enviaron coronas. El grabador Victorino González y Fernández envió a la Academia una medalla para colocarla junto con los restos con el fin de poder identificarlos en un futuro. Eduardo Albaladejo arrojó un poema sobre la carroza a su paso por la casa del autor.

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Los gastos del entierro (servicios fúnebres de La Soledad, pagos a los sacerdotes de Santa Bárbara y de San Ildefonso que encabezaron la comitiva, limosnas, lápida, marmolista y verja de hierro para rodear la sepultura) ascendieron a 5531,50 pesetas. El gobierno insistió en hacerse cargo de los gastos, lo que hizo efectivo en mayo de 1893.

Covadonga de Quintana, archivo de la Real Academia Española


FUENTES

Archivo de la Real Academia Española, Fondo Real Academia Española, Expediente de José Zorrilla, 328 (antigua signatura 21/6); Libro 34 de actas del pleno (1891-1894), actas de 26 de enero, 2 y 9 de febrero y 25 de abril de 1893.


Créditos de la imagen: Archivo de la Real Academia Española, O00002 (1-4), Cintas fúnebres de los féretros de los académicos Salustiano Olózaga, Antonio de los Ríos Rosas, Ramón de Mesonero Romanos y el conde de Cheste, s. XIX. © Banco de imágenes de la Real Academia Española. Fotógrafo, Pablo Linés.